29.3.10

Puede que fuera porque el sol la alumbraba como un foco de los que ponen en los teatros, porque le fascinaba cómo pasaba las páginas del libro que leía o por cómo el viento movía su falda, dando la sensación de que se la iba a llevar volando en cualquier momento. El caso es que Daniel no puedo reprimir las ganas de retratarla, una desconocida más de los muchos dibujos que hacía casi desde que era un niño. Lo hacía como si de una cuadro que fuera a exponer en un museo se tratara, cualquiera que lo viese se imaginaría de todo menos que lo fuera a lanzar transformado en avión desde su azotea. Pero lo hizo, sin pensárselo siquiera dos veces por ser uno de los retratos que mejor le había quedado; lo dobló sin miedo y lo hizo despegar hacia las nubes, esperando a que empezara a descender para desaparecer él del tejado hasta el día siguiente.


No vas todos los días por la calle, paseando tan tranquila, cuando te encuentras, atascado entre una señal de tráfico y una pared, un avión de papel que decides coger y tirarlo y, sin saber porqué, lo abres y te encuentras a ti misma dibujada en él. Luego, miras hacia el cielo con cara de tonta, como si esperaras una lluvia de aviones y te lo guardas, porque es lo más bonito que te ha hecho un desconocido nunca.

25.1.10

Lisa no lloró el día que ella y su hijo acompañaron a Nick al aeropuerto, porque sabía que, al volver de Dublín, les iría todo mejor. Así que, un mes después, cuando leyó en el periódico que el vuelo K-83PR172 Dublín-Varsovia se había estrellado durante la noche y no había supervivientes, se quedó pegada a la silla sin dejar de leer una y otra vez la noticia, como si esperara haberse saltado una línea en la que pusiera que era una broma. Y no se volvió a mover hasta que una vecina que oyó el llanto del bebé y, al ver que nadie le abría la puerta, llamó a la policía, a ver qué pasaba.
Lisa no era quien había muerto, pero desde ese momento no volvió a vivir.

2.12.09

Lo que ella quiere es que haga fríofríofríofrío, con nieve, niebla y nubes, muchas nubes, de las blancas que parecen algodón de azúcar recién comprado. Y chimeneas encendidas, chocolates calientes en tazas grandes, olor a café y gorros azules con un pompón al final, bufandas verdes y guantes amarillos. Y calcetines gordos de vaquitas que se asoman al sentarte.